Aquel invierno, el primero de la década, había sido oscuro y frío, poco habitual en esta Barcelona junto al mar. Nubes, lloviznas, cielos grises parecía más un invierno escocés o inglés que mediterráneo. Pero llegó la primavera, que en Cataluña significa Sant Jordi, alergia al polen de los plátanos de las Ramblas, Día del Libro y avalancha de novedades en las librerías.
Entre ellas, aquella primavera del 2001, un título de un nuevo autor, Black & Blue, de Ian Rankin. Además inauguraba una colección, Serie Negra con la que la editorial RBA, y su editora Anik Lapointe, fomentaba nuestra adicción a una forma de narrar.
Un nuevo protagonista, John Rebus, un policía díscolo pero tenaz, investigador infatigable por que no tiene otra vida que vivir, mal visto por los jefes, corruptos o no; mal visto por aquellos compañeros que olvidaron ser policías para ser buenos burócratas, disciplinados y obedientes.
Aquel primer libro, con titulo de reminiscencias entre marca de whisky y canción de los Rolling o Los Bravos, nos llevaba a una geografía poco conocida por nosotros: la Escocia actual, la del petróleo del Mar del Norte, nos llevaba a ciudades como Aberdeen, o Glasgow y Edimburgo, ciudades separadas por sólo cincuenta minutos de autopista pero años de recelos y reproches.
Conocíamos poco de Escocia, todos los héroes escoceses tenían cara de Mel Gibson, y sabíamos que en ocasiones especiales se ponían falda a cuadros, calcetines hasta la rodilla y tocaban la gaita, literalmente; nos alegrábamos cuando al Barça le tocaba el Celtic o el Rangers porque eran equipos asequibles; habíamos leído a Walter Scott en colecciones juveniles, a Stevenson en todo momento y lugar y a Sir Arthur Conan Doyle, elemental; no sabíamos distinguir aún entre novela policial inglesa y novela negra escocesa, aunque ya habíamos leído a William McIlvaney, El grande, pero no todavía a Val MCDermid o Denisa Mina. Seguramente usted, señor Rankin y su John Rebus, tiene algo de culpa en esas lecturas posteriores.
Black & Blue, supuso el inicio de una cita anual. A Black & Blue siguieron, siempre traducidos por Francisco Martín Arribas, El jardín de las sombras, En la oscuridad, Aguas turbulentas, Resurrección, Cuestión de sangre, Callejón Fleshmarket, Nombrar a los muertos y finalmente la temida La música del adiós. Una cita anual siempre protagonizada por John Rebus y su cómplice: la ciudad de Edimburgo.
Usted sabe que somos como millones de lectores y lectores en el mundo: nos gusta John Rebus. Nos gusta su cinismo, que sea más que un sabueso, que sea un perro de lucha con mandíbulas de hierro. Por mucho que sangre, por mucho dolor que denoten sus ojos y su alma, si muerde no soltará la presa, aunque en ello le vaya la vida.
Es especial, escucha Viviendo del pasado de Jethro Tull, y piensa que es cierto, que él como policía vive en el pasado de la gente, se había convertido en historiador de crímenes, y esa condición había contaminado e invadido su vida privada, de fantasmas, pesadillas, ecos.
Siempre se implicará personalmente en los casos. Y antes de ser policía, entre los años 68 y 70, cuando el mes de mayo era francés, y Pepe Carvalho se hacía de la CIA, estaba en el Ejército, en Irlanda del Norte, en las Fuerzas Especiales. No hace falta explicar mucho más.
Vive sólo, un piso poco acogedor, con un sofá, una botella, un paquete de cigarrillos y una inmensa colección de música; un coche destartalado, que cualquiera puede abrir, naturalmente. Su mujer Rhona nunca entendió su trabajo ni sus orígenes, el condado minero de Fife, duro y algo atrasado, donde “si echabas mano a la blusa de una chica enseguida tenías a su padre persiguiéndote con el cinturón”.
Le sobran dedos en una mano para contar sus amigos. Y alguno como Jack Morton, muere demasiado pronto. De su hermano y su hija Samantha sabemos poco, él también. Pero siempre está metido en una buena historia y nos trasmite la vieja idea de que no es fácil, de que la lucha es necesaria.
Es un adicto al trabajo, como Harry Bosch, como Kurt Wallander, como Ricardo Méndez, y por el mismo motivo: para eludir su desastrosa vida personal. El trabajo, vivir y sufrir la historia del otro para no pensar en la propia historia. Y cómo ellos, es escéptico porque comprueba el vacío de humanidad contemporáneo.
Conoce profundamente su ciudad, la nueva y la vieja, pero no entiende “esas barriadas que son una especie de horrible experimento de ingeniería social, obras de científicos con bata blanca que situaban a la gente en diversos laberintos a ver qué pasaba”.
No le gustan los cambios a golpe de piqueta de una ciudad que conoce, que quiere; y odia la capacidad destructora de la avaricia y el dinero. Una ciudad que bajo un cielo encapotado, con múltiples edificios históricos, pero también callejones mugrientos, con innumerables fachadas victorianas que invitan a crímenes más o menos góticos. Una ciudad civilizada y educada en la superficie y depravada y abyecta bajo ella.
La ciudad de los pobres, olvidada por la ciudad de los ricos. Pero esos pobres consiguen instaurar una solidaridad de las pequeñas cosas cotidianas, que los mantienen a flote en este caos de las sociedades globalizadas.
“Se ha dicho de Edimburgo que es una ciudad huidiza que oculta sus verdaderos sentimientos e intenciones, con habitantes aparentemente respetables y calles que se hielan pronto. Se puede haber estado en ella y marcharse sin haber llegado realmente a conocer qué la anima. Es una ciudad oculta”, dice usted en su novela En la oscuridad.
Nos gusta, señor Rankin, que en sus novelas “la identidad del asesino sea tan accesoria como un reactor termonuclear en un jardín de infancia” citando a Antonio Lozano, uno de los mejores críticos de narrativa negrocriminal.
Comparte esta forma de narrar con Manuel Vázquez Montalbán, en la intención y la necesidad de ofrecer un retrato de la sociedad de hoy, cuestionando las instituciones que nos gobiernan. A través de las novelas protagonizadas por John Rebus y por Pepe Carvalho, ustedes nos hablan de economía, de drogas, de pobres, de desesperanza, de racismo, de especulación, de vencidos pero no derrotados, de corrupción. Uno en el marco de Edimburgo, otro en el marco de Barcelona. La novela negra como novela realista, como mejor exponente para diseccionar, para desmenuzar, para desmontar las sociedades postindustriales de este siglo XXI. Siempre en la mejor tradición de la novela crítica.
Nos gusta, señor Rankin, que a lo largo de todas sus novelas se mantenga una frescura, una vivacidad en los diálogos, una atmósfera que hace que cada novela siga siendo una lectura fascinante. El sentido del humor, junto a una vorágine de escenas y personajes ficticios pero reales, voces, estados de ánimo. Si en algunos autores, cada novela es una fotocopia del anterior, en las suyas ni siquiera John Rebus es el mismo, va cambiando a medida que los días pasan.
Nos gusta mucho que John Rebus y usted, señor Rankin, reciban el Premio Pepe Carvalho. Para nosotros, y para los hombres y mujeres de buena voluntad, que no aceptan este mundo globalizado e injusto, tanto Pepe Carvalho como Manuel Vázquez Montalban son algo muy querido y forman parte de nuestros sueños y de nuestra memoria.
Pepe Carvalho y John Rebus, y podríamos añadir a Harry Bosch, Adam Dalglish, a Kurt Wallander y Ricardo Méndez, son unos auténticos analfabetos tecnológicos e informáticos. Ahora parece como si el ADN fuera el Sabedor supremo y es el forense omnipresente quien descubre todos los culpables, pero ellos seis tienen esa capacidad extraña y cada vez más escasa de saber mirar a los ojos, de escuchar a las personas, de ir más allá de lo que la rutina y los poderosos les dicen que es la realidad.
Nos gusta, señor Rankin, que en sus novelas se palpe la influencia de la realidad, sobre la que usted aplica la transformación de la ficción. Hace más creíble, más próximas las historias. Pero tenemos que decirle que en La música del adiós nos ha dado un exceso de realidad. Ya sabemos que la jubilación es a los 60, pero nos hubiera gustado que apelara a su fantasía y utilizara la varita mágica que todo buen novelista posee y nos hubiera dejado a Rebus, castigado y sin jubilación. ¿Qué hará John Rebus, sin jefes a los que desobedecer y malos, malísimos a los que detener o castigar? ¿Qué haremos nosotros, los lectores y lectoras, sin nuestra cita anual con él?
Le proponemos, señor Rankin, que, usted que lo conoce bien, más o menos, le proponga quedarse un tiempo por aquí por Barcelona. Le diremos a Pepe Carvalho que le acompañe.
También tenemos castillo como en Edimburgo, aunque en ningún cementerio se ha tenido que construir una torre de vigilancia. No tenemos petróleo, nuestro Parlamento no ha sido construido por el desaparecido Enric Miralles, y las copas las tendrá que tomar en el Boadas con Carvalho.
Nuestra cerveza no es como la del pub Oxford, pero quizá se pueda habituar al cava, o al vino, y lo podrá encontrar en cualquiera de los muchos bares donde podrá discutir sobre si el Hibernian o el Herts, o bien el Barça o el Español.
John Rebus podrá enseñarle un poco de música más moderna a Pepe Carvalho; explicarle quien son los Rolling, los Kinks o Van Morrison. Carvalho se quedó en la época de Conchita Piquer y los boleros de lo que pudo haber sido y no fue. Dígale que no pida fish and chips, comida india o asaduras de cordero en avena y especias con Carvalho delante, que se olvide de la dieta escocesa de grasas saturadas, sal y azúcar y se deje llevar por la dieta mediterránea.
Carvalho le explicará, mientras paladean un buen whisky, como sustituir los cigarrillos por un Cohibas, un Partagás y las diferencias entre los puros habanos, canarios o dominicanos, mientras prepara la cena para los dos y elige cuál es el libro que quemará esa noche. Quizá, si andan algo deprimidos, un libro de poemas de Leonard Cohen.
Podrán caminar por las callejas medievales, tropezar con alguna piedra romana, mientras tratan de explicarse sus fracasos sentimentales. Carvalho le hablará de Thailandia y su odiado aeropuerto, Buenos Aires, Madrid, la vuelta al mundo, al Rebus que no ha viajado mucho, quizá ahora jubilado pueda hacerlo, pero que no venga, por favor, con excursiones de tercera edad a Mallorca o a Benidorm.
Y sobre todo hablarán mal de usted y de Manuel Vázquez Montalbán, sus creadores con los que han mantenido un estira y afloja a lo largo de cada página.
Señor Rankin, usted ha sido cuidador de cerdos, encuestador de alcoholemia juvenil, recaudador de impuestos, vendimiador en Francia, editor de una revista musical. Manuel Vázquez Montalbán también subsistió a base de múltiples oficios. Comenzando por cobrar las cuotas del seguro de entierro, hasta hacer artículos sobre muebles y diseño interior firmando como Jack el Decorador. Tanto usted como Vázquez Montalbán han tenido siempre un comportamiento cívico. Queremos agradecerle especialmente su batalla, junto a Sean Connery para que la colección privada de la familia John Murray, con importantes documentos de Conan Doyle, vaya a la Biblioteca Nacional de Escocia.
John Rebus como Pepe Carvalho han visto mucho, comparten una desesperanzada visión del género humano, pero ello no les impide estar dispuestos a luchar contra las verdades establecidas y compartir la búsqueda y la rabia por conseguir algo que siempre suena ingenuo: un mundo mejor.
Señor Rankin, sus muchos lectores y lectoras nos alegramos de que no supiera dibujar y su pasión por los cómics no fuera a mas. Nos alegramos de que sus inicios musicales con “Los cerdos danzantes” fueran un desastre. De esta forma nos llegó un gran narrador de historias, un buen mentiroso de mentiras de papel.
Gracias por darnos también a Mike, a Allan, a Odio, el profesor Gissing y Chib Calloway, pero, por favor, señor Rankin no nos deje sin John Rebus.
Por favor, devuélvanos a John Rebus.