Impar y rojo
Lo que más me gusta de la nueva novela de Óscar Urra es que a la hija de Cabria, el detective privado que la protagoniza, se le ve el tanga cuando camina por la calle, para morrocotudo enfado de su padre, un burlanga que la contempla a través de la ventanilla de su coche... y al que se le llevan los demonios, claro.
A ver. Que no es que me haya vuelto un viejo verde, por estar a punto de cumplir los cuarenta, y ande buscando literatura caliente. Al menos, eso creo.
Pongo como ejemplo lo del tanga como podía haber traído a colación a César, el camarero de El Portón, un bar castizo de la madrileña Tirso de Molina. Entra Cabria, saluda y “ojea el Marca con el interés de un egiptólogo ante una nueva Piedra Rosseta”. Y entonces llega esa pregunta fatídica que un cliente suele hacer a un camarero en cuya barra descansa cualquier tipo de prensa deportiva:
-“¿Qué te parece este holandés que hemos fichado?
Las cejas del camarero hicieron un gesto peregrino que podía significar “bien”, “mal”, “habrá que ver” o cualquier otra cosa que deseara su interlocutor. Para sobrevivir en El Portón había que ser discreto, neutral, andarse listo y conocer el arte de no pillarse los dedos...
-Los holandeses pueden ser buenos, o malos. A veces ni una cosa ni otra.
-Opino igual.”
Ni que decir tiene que he utilizado este pasaje para ese proyecto del que venimos hablando de un tiempo a esta parte: “Café-Bar Cinema”, un largo trabajo sobre cine, bares y cafés en que, por supuesto, la mejor literatura tiene un hueco, tan necesario como imprescindible.
E Impar y rojo es buena literatura. Buena de verdad. Literatura apegada al asfalto de las carreteras y a las aceras de las calles. Si en A timba abierta, el madrileño Óscar Urra nos presentaba a una buena pléyade de personajes, en esta su segunda novela les da continuidad a buena parte de ellos. La historia comienza con unos asesinatos rituales en los que el asesino deja una señal muy especial: el joker de las barajas de cartas.
Y como Cabria, además de ser un buen detective, también es jugador, la policía le sugiere que colaborar en el esclarecimiento de dichos crímenes le hará mucho bien, dada la cantidad de deudas que mantiene pendientes con la bofia por su anterior aventura A timba abierta, en que uno de los inspectores que llevaron el caso quedó en coma irreversible. O casi.
Y ahí le tenemos, de nuevo, a Cabria, recorriendo el Madrid más castizo y auténtico, de timba en timba, intentando desentrañar un caso de lo más abstruso y complejo, que le obligará a desplazarse hasta territorios auténticamente hostiles, por la Sierra de Guadarrama y alrededores, donde la pureza del aire puede provocar efectos letales en el nicotínico organismo de un urbanita por antonomasia.
No nos cansaremos de repetirlo: la mejor novela negra y criminal es, a su vez, la más ajustada novela realista que se puede leer en cada momento histórico. Es pura sociología aplicada a la realidad que nos circunda. Si estas semanas hemos hablado de memoria histórica o de violencia de género, en esta ocasión os invitamos a dar un paseo por el Madrid del siglo XXI que unos se empeñan en cambiar, para borrarle sus señas de identidad más reconocibles, ante el pasmo y la resistencia de algunos románticos incurables que aún creen que la batalla contra la modernidad rampante y arrasadora no está perdida del todo.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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