Silencio, se rueda
Por Luis de Luis Otero
Al acabar la lectura de Manda flores a mi entierro (2007), su vívida trama y veraces personajes se me antojaron tan sólidos que, de haber tenido a mano unos 600.000 doblones, o así, no hubiera dudado en personarme en la oficina de management de Ricardo Bosque, y no salir de ella hasta haber negociado los derechos cinematográficos. Fue una pena que aquel día no llevase suelto en los bolsillos, dado que me encontraba inspirado, y tenía esculpida hasta la penúltima migaja de la producción.
El director sería, claro, el socarrón y envejecido Hitchcock de La Trama, su subestimada última película (1). Es el único capaz de filmar con verosimilitud, sorna y astucia los veraces y creíbles recorridos, idas y venidas de los personajes por la Zaragoza pre Expo y la Tarragona post Roma. Ahora, eso sí, la película debería quedar tan redonda como la novela y, para ello, tendría que extremar mi educación para, con diplomacia y halago infinitos, convencer a Sir Alfred que se abstuviera de rodar el episodio central de la novela, que debería correr a cargo de Billy Wilder, Rafael Azcona y Mariano Ozores. Ellos reflejarían con brillantez y tensión cañí, los gestos, miradas y palabras del duelo de inteligencia, ingenio y sagacidad que libran sus protagonistas: Tana Marqués y Arturo Sanromán.
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