Carta abierta a Manuel Vázquez Montalbán
Querido Manolo:
Menuda putada nos has hecho al morirte, hoy hace cinco años. Y tuvo que ser en Bangok, donde la sombra de los pájaros te había dictado, tiempo antes, una de esas aventuras de las que Pepe Carvalho salía más desconcertado que satisfecho.
Y digo putada en los dos sentidos que denuncia -cuando no- el diccionario de la Real Academia. El primero (“Acción injusta y dañina hecha con mala idea”), acierta de pleno. Con tanto cabrón impune y suelto, vas y te mueres tú. Eso no se hace, Manolo. Y el segundo significado nos da las claves del caso: “Situación desagradable sin remedio”.
En eso estamos, Manolo, releyéndote para que no te nos mueras del todo.
Y uno, que no es partidario de la necrofilia, porque los cuerpos los prefiere calentitos, no puede más que lamentar no poder leer todo lo que aún te quedaba dentro. Que era mucho.
Naciste en 1939 y te diste el piro en 2003, y entre una fecha y otra te dio tiempo para ser, según tus propias palabras: "periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en general". Lo de culé, te lo perdono. Y no por esa estúpida amnistía que se suele conceder a los muertos, sino porque algún defecto tenías que tener.
Me entra la risa floja cuando escucho decir (desde que te fuiste, claro, cuando estabas vertical no se atrevían), que tu obra policial opacó otros aspectos de tu literatura que habrían llegado más lejos. ¿Más todavía?
Chorradas, Manolo. Tú y tres más nos enseñasteis que se podía hacer novela negra y buena sobre la piel de toro, que un detective servía para radiografiar los huesos podridos de la sociedad y no sólo para beneficiarse a la rubia de turno; y que en una España levantada sobre los huesos de cientos de miles de muertos, un sólo muerto nuevo podía ser importante.
También hay gente que te cuestiona, ahora, porque resulta cool, y me dan ganas de mandarlos a tomar por el ídem.
Cerca ya de cumplir el medio siglo, se me agota la poca paciencia con esos especímenes, y cuando alguno pone en duda, delante de mí, la calidad de tus Carvalhos, ya no argumento,como antes, armado con las razones que me sobran, que nos diste.
Antes, cuando me quedaba paciencia para aguantar memeces, les explicaba que un tipo capaz de convencerme a mí, de que alguien podía ser comunista, asesino de Kennedy, agente de la cía y luego detective privado en Barcelona, tenía que ser un puñetero genio.
O les hablaba de Tatuaje, la primera novela de un Carvalho quemador de libros, de tiempo y de romances, pero jamás de una fideuá, aunque fuera hecha con fideos de arroz, como en “Los pájaros de Bangok”.
O de “Los Mares del sur”, para un servidor una de las diez novelas indispensables en nuestra lengua en un siglo que todavía me cuesta definir como pasado. Les hablaba del entierro de la perrita en el capítulo final, y de cómo he llorado las treinta y cinco veces que llegué hasta ese punto, para sentirme después, durante días, tan sólo como Carvalho, pero comiendo mucho peor.
Les hablaba de “El hombre de mi vida”, planificado inicio de la recta final de las peripecias de un detective que sobreviviría, como su autor, a toda clase de cabronadas, pero no a la gazmoñería que trajo el siglo XXI.
Antes, Manolo, les contaba todo eso y mucho más. De tus otras novelas, a las que hay quien se empeña en otorgar mayor nobleza que a las policiales, y no hace falta. Les hablaba de El Pianista, o de El estrangulador, o de la excelente Autobiografía del General Franco, o de Galíndez, y cuando picaban, Manolo, cuando admitían que eras un novelista formidable, entonces les demostraba que cualquiera de los Carvalhos contenía los mismos ingredientes y la misma sabia mano en los fogones del teclado.
Eso era antes, Manolo, cuanto tenía paciencia y tiempo de sobra.
Ahora, cuando se meten contigo, me limito al más efectivo: “Eso, mamón, no me lo repites en la calle”
Por suerte uno no está solo, y siempre que surge esa disputa dialéctica (ninguno quiere salir a la calle, Manolo), me encuentro con espontáneos compañeros infectados como yo de tus escritos, como el novelista David Torres o tantos otros, que no tenemos pudor alguno en confesar que Carvalho es, tal vez, nuestro propio Philip Marlowe, enamorado de una dama ciega y un pelín putilla, que se llama Justicia, aunque en los bares de carretera prefieran llamarla Desireé y cobre 50 por un completo.
Así las cosas, a cinco años de tu fuga, Manolo, nos sigues haciendo falta. He contado algo así como 50 libros tuyos en 64 años de vida y no está mal, manolo, no está nada mal. Pero nos sigues haciendo falta.
Como dijiste una vez, “Los dioses se han marchado, nos queda la televisión”
Menuda putada nos has hecho al morirte, Manolo.
No creo que pueda perdonarte.
Atentamente
Carlos Salem
Madrid, 18 de octubre de 2008
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