Gólgota
Leonardo Oyola es uno de esos autores argentinos nacidos después de 1970 que se han lanzado a la tarea de contar un tiempo sin tiempo, el que vino tras el desencanto ideológico de sus padres y la muerte oficial (siempre hay alguien dispuesto a firmar el certificado) de las grandes utopías. Había que contar una Argentina después de Videla & cía (y la CIA, of course); una Argentina crecida en el desengaño cuando la democracia volvió pero volvieron con ella los mismos de siempre, y otros clonados de la misma célula de su puta madre.
En España, se presentó en 2007 con “Chamamé”, publicada por Salto de Página, editorial con la que repite este año. Antes se había estrenado en Argentina con “Siete y el Tigre Harapiento”, finalista del Premio Clarín-Alfaguara, y de aquí a finales de año, también en Buenos Aires, tendrá en las librerías “Hacé que la noche venga” (Sudamericana), y “Santería” (Negro Absoluto). Pero volvamos a “Gólogota”, disponible en España y tal vez la muestra más acabada de la literatura de Oyola, y de quién se suele destacar el uso de elementos contemporáneos de la cultura popular en sus textos, y el conocimiento de primera mano de las zonas marginales bonaerenses.
Pero es más que eso. Los dramas que cuenta, aunque sucedan en las villas miseria sembradas de chabolas que rodean la Buenos Aires de postal, son dramas de factura shakespeariana, y beben de esa copa universal: amor, traición, amistad, venganza. El cóctel de la vida desde siempre, pero tan bien mezclado que incluso cuando innova, no lo hace como el que niega todo lo que antes se ha escrito. Él escribe lo nuevo porque leyó y respeta lo viejo, y desde ese trampolín salta. Y cae bien.
Novela del desarraigo y la pertenencia, “Gólgota” es breve pero honda. Narra la historia de dos policías de la periferia bonaerense, vecina de las chabolas y en la que la ley es apenas una bandera raída y un escudo en la fachada de la comisaría. Uno de esos maderos, Lagarto, es el cínico observador de todo lo que ocurre y frecuenta ambas orillas de este río sin agua y con fronteras sutiles, sin sentirse incómodo en ninguna de ellas. Su compañero, más joven, Calavera, viene de las chabolas y no se ha alejado mucho geográficamente, pero sí en la escala social, al precio de hacerse policía. Ya no pertenece a ese mundo, nunca ha dejado de pertenecer a él. Y en esa contradicción compartida se teje el drama cuando los que tienen el deber de impartir justicia deciden hacerlo, pero hacerlo de verdad.
Estremecedora y basada, según el autor, en la convicción de que todos podemos ser crucificados, pero también podemos crucificar, “Gólgota” es universal porque habla de algo que no pasa de moda: la actitud del hombre frente el sistema. Aunque en este caso el sistema sean los Pibes de Scaso, mafia pobre y mortal, pero mafia al fin, que se traga todo lo que tiene alrededor y se atraganta cuando alguien dice “no” y está dispuesto a pagar el precio por hacerlo.
Carlos Salem
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