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La Balacera

Manda flores a mi entierro o la buena literatura

Manda flores a mi entierro o la buena literatura

 

Por Amir Valle

 

Pocas veces he leído libros que me impactan. Quizás el hecho de que mis primeras lecturas hayan sido en una edad tempranísima sea la causa de que en mi cabeza existe algo así como una costura cauterizada por la acumulación excesiva de lecturas, que impide que me emocione con mucha de la buena literatura que por esos mundos se escribe. Esa costura, sin embargo, cuando se abre ante un libro, me permite saber que me encuentro ante una obra de valía literaria real, capacidad personal convertida casi en mito por mis amigos del gremio de escritores, quienes suelen esperar por mis juicios a partir de eso que ellos han llamado, siguiendo a Hemingway, “detector de mierda”.

 

A lo anterior debo sumar otro detalle: considero que mucha de la literatura que hoy se escribe bajo el rótulo de novela negra es, para ser finos, desechable, debido a razones que, explicar, harían muy largo este artículo, además de que se perdería el sentido para lo cual ha sido escrito. Bajo ese credo, entonces, suelo no creer en nadie que me diga que tal novela negra es excelente hasta tanto no logre comprobarlo con mi propia lectura.

 

Quiero empezar diciendo entonces que Manda flores a mi entierro, que se anuncia como la segunda novela del escritor español Ricardo Bosque, parece ser la novela de un consagrado. Acaba de ser publicada justo cuando la novela negra española vive uno de sus mejores momentos, luego de una crisis inicial de la que muy pocos confiaban podrían salir todas esas obras de madurez literaria que hoy podemos encontrar, aún cuando todavía se publique mucha morralla. Precisamente ese es el primer reto que ha vencido esta novela: se coloca entre las mejores novelas publicadas en España durante, al menos, los tres últimos años y lo hace con una poderosa triada: perfecta estructura dramática, exquisita configuración psicológica de los personajes y casi absoluta limpieza estilística, a lo cual suma el ingrediente del suspense, magistralmente esgrimido por el autor desde el inicio mismo de la novela, como uno de los hilos invisibles que conducen la trama.

 

Resultará curioso para cualquier escritor-lector del género el modo en que Ricardo Bosque estructura la trama: a partir de los equívocos. Y es ése un procedimiento que, por peliguado, peligroso y cargado de riesgos, suele evitarse a la hora de escribir novela negra. El equívoco, sin embargo, adquiere en Manda flores... la categoría, a un mismo tiempo, de motor impulsor de la trama, de caracterización psicológica de los personajes y de mecanismo de creación de atmósferas. Contribuye, además, a la desubicación del lector, poniéndolo ante posibilidades que harán más confuso el necesario suspenso en torno a los hechos que se investigan. En ese camino apuntan los datos y comportamientos incongruentes (que propician el equívoco como figura literaria) de la profesional del suicidio Tana Marqués, de su tío Ramón Marqués, del investigador policial Arturo Sanromán y de la férrea matrona Mercedes Samper, quienes, con su volubilidad psicológica, su indecisión (o su exceso de resolución y confianza) ante algunas situaciones muy personales o de la trama criminal-investigativa, y la planificación calculada que hacen de sus acciones, propician una serie de preguntas que el lector tiene que responder, o una serie de giros de la trama que el lector experimentará junto a ellos, todo lo cual otorga a la historia narrada mayor naturalidad y fuerza de credibilidad.

 

La estructura investigativa, y el crecimiento dramático de las acciones que se van sucediendo a lo largo de la novela, es otra de las virtudes de Manda flores a mi entierro. No hay en esta obra, como suele suceder (y hablo de un defecto grave) en muchas novelas negras, ni cabos sueltos, ni escenas conversacionales superfluas donde el investigador parece estar más interesado en demostrarle al estúpido lector que es un buen policía porque cumple con las reglas de la investigación policial, ni mucho menos cosas traídas por los pelos para resolver situaciones escabrosas. La tan temida progresión dramática en esta novela se consigue con la más absoluta naturalidad porque Ricardo Bosque ha sabido dotar de vida propia tanto a personajes como a la propia historia, que transcurre por los cauces que el azar y la sagacidad o viveza de los personajes le va creando, es decir, como sucede en la vida cotidiana.

 

Si todo lo anterior es destacable, más importante aún es la perfecta configuración psicológica que hace Ricardo Bosque de sus personajes. Y hago notar que sucede igual tanto para los protagónicos (Tana, Sanromán, Mercedes, Ramón) como para los secundarios (el ayudante Félix, el mayordomo Julio, Sanromán padre, o Luis, el esposo de Tana), para los personajes transitorios (el otro hijo de Mercedes, los viejos que en las escenas finales revelan a Sanromán padre cierta verdad oscura en el pasado de Mercedes), e incluso para los llamados personajes referenciales, cuyo caso más evidente es el asesinado padre de Tana, Juan Marqués.

 

El escenario que proponen estos personajes, así como sus interacciones encima de éste, tiene que ver mucho con algo que suele estar en el centro de las discusiones sociológicas de la España actual: la pérdida total de valores, vista como un proceso de deformación que se viene sucediendo desde hace ya muchas décadas y que, contrariamente a lo que se piensa, primero, no es un fenómeno de la modernidad española, ni mucho menos resultado de la actual banalización internacional. Es, como queda claro en la alegoría expuesta en esta novela, el estallido de una acumulación de cambios sociales crecientes en los cuales tienen un papel esencial los avatares históricos, los procesos sociológicos por los cuales ha atravesado España a lo largo de las últimas cinco décadas y la introducción en la idiosincrasia peninsular de los traumas producidos por una sociedad que intenta asimilarse al mundo desarrollado, sin que importen esos otros cambios terribles que suceden en lo que los sociólogos llaman “conciencia social”. Y lo hace focalizando uno de los grandes traumas de la sociedad española, en particular, y europea, por extensión: la pérdida de la célula fundamental de desarrollo de la especie humana, la familia.

 

El humor irónico (en Sanromán), la frialdad despreciativa (en Mercedes), la calculada sobriedad (en Tana), la apostada comprensibilidad (en Ramón), la rebelde ancianidad (en Sanromán padre), y la fidelidad fanática (en Félix), para sólo mencionar las más desarrolladas, son mecanismos caracterizadores que destacan por su excelencia en esta novela. Ricardo Bosque demuestra que ha aprendido bien uno de los grandes consejos de la caracterización literaria: “cada uno de nosotros puede ser distinguido del resto por solamente una característica”, dijo cierta vez ese genio que fue William Faulkner, y a partir de la elección de una característica tipificadora para cada uno de sus personajes, Ricardo construye el edificio psicológico con el cual nos los presenta: tarea realmente admirable.

 

Finalmente, el lado flaco de la mayoría de las novelas negras que hoy se publican: el lenguaje. Acostumbrado a las barrabasadas gramaticales cometidas por buena parte de los escritores que publican, en español, en España (donde la edición, además, no suele ser nada buena), me ha llamado mucho la atención la justa limpieza con la que el autor ha escrito Manda flores... Una prosa ágil, inteligentemente movida desde la introspección psicológica hacia el exteriorismo narrativo y descriptivo, con excelente reactividad dramática (es decir, que se acelera cuando es necesario, y se hace lenta, cuando la trama lo requiere), permite que la distribución de las acciones dramáticas lleguen al lector en su justo peso, con sus más naturales implicaciones, y con toda la limpieza necesaria.

 

Manda flores a mi entierro, repito entonces, es una novela que, en primer lugar, prestigia a la editorial que la ha publicado; en segundo, que se inscribe en lo mejor de la actual novela negra española, y en tercer lugar, que marca el regreso triunfal de un autor al género de la novela (más allá de si es negra o no) y propone un gran personaje: Arturo Sanromán, cuyos casos próximos, espero, nos seguirán cautivando.

 

3 comentarios

peke -

Estupenda crítica. Me lo voy a comprar ya.

adrenalinangel -

...Mis manos vibran ante la posiblidad de leer cuanto antes esta exquisita historia que nos has referido. Lo trágico de mi condición es vivir en México, donde no se si estos manjares puedan conseguirse.
Excelente reseña. Lograste atraparme y cautiva mis mas internos instintos de lectura : )

Saludos...

Jose Andres -

Menudo regalazo. Imposible de superar. Ya te dije lo de los Sanromán. Total que entre todos te vamos a dar más trabajo.
Enhorabuena, que cómo persona te mereces un 11.
US
JA