Blogia
La Balacera

"El capocómico que admiraba a Olmedo"

"El capocómico que admiraba a Olmedo" Novela de Fernando Sánchez disponible a través del portal El Aleph

Esta novela debe ser la número veintitrés, o por ahí, de esta serie con el detective Fabio Sa. Se trata de una novela que su autor califica con un adjetivo y sustantivo argentino: atorrante. Como para renombrar un género y llamarlo el policial atorrante . Es decir, un policial como parodia, con humor —a veces negro— que describe realidades, a veces duras, sin perder por lo menos cierta mínima sonrisa.

El libro tiene personajes marginales. Vicky, la novia del detective, tiene un negocio de ropa usada. Su secretaria, Myrna, es una travesti de esas que suelen estar mejor que la mayoría de las mujeres. Culo más firme por lo menos. Y se empeña en su trabajo de secretaria quizá con mayor eficacia que una mujer común, posiblemente para superar su marginalidad. Considerando la oportunidad que le ha dado el detective de salir de la realidad de gente como ella que prácticamente no pueden casi salir de la prostitución. Myrna es sufrida y bastante inteligente, con cierto humor. Al detective Fabio Sa en general le gustan los marginales como ella, y lo viene acompañando desde hace varios casos. Salvo cierta vez, en que sucedió un episodio algo extraño entre ellos, sus relaciones son meramente laborales.

El detective Fabio Sa tiene otras aventuras con otras mujeres en varios de los libros que protagoniza —putas o no—, pero en general siempre vuelve a Vicky. Mujer que lo acompaña desde la primera novela de la serie, allá por el año 1995.

En la serie aparecen otros personajes en historias paralelas. Por ejemplo Fabián Sáez, alter ego del autor. Sáez escribe cuentos y lee tres de esos cuentos junto al detective, a lo largo de tres capítulos de este libro, que se basan en sus experiencias como estudiante de bibliotecología. No le había gustado esa carrera como estaba dada en cierto barrio aristocrático, donde notó bastante desprecio por el pensamiento y la cultura. En esos cuentos aparecen como inspiradores narradores famosos: Jorge Luis Borges, Franz Kafka y Charles Bukowski...

Todos estos personajes principales se repiten en toda la serie con el detective Fabio Sa, sobre todo su mujer Vicky y su secretaria Myrna.

En "El capocómico que admiraba a Olmedo" una muerte real fue inspiradora para un libro de ficción. La vida del humorista Alberto Olmedo, humorista real, como el detonante para imaginar una vida parecida pero diferente: la de Roberto Salcedo. Salcedo se cae de un noveno piso, drogado y feliz porque estaba por protagonizar su primer papel serio en cine. Papel que le había propuesto un famoso escritor que estaba exiliado: Romualdo Montano.

Este Montano tiene un leve parecido con el narrador Osvaldo Soriano, como el mismo Olmedo convertido en un Salcedo de ficción, Montano podría ser un Soriano de ficción.

Un periodista no del todo honesto y de vida oscura, que se apellida Reyes, le encarga la investigación al detective. Fabio Sa acepta el caso, después de investigar un poco a Reyes y de considerar —o eso esperar y porque necesita el trabajo— que sus corruptelas no sean demasiado graves.

Antes de hacer una serie de entrevistas Sa estudia la vida de Salcedo y organiza la investigación. Lee algunos libros, notas varias, escritos diversos de diarios, revistas, de internet. Hace notas sobre su vida. Lo estudia. Todo el material como siempre se lo consigue con cierta eficacia su secretaria atípica Myrna. Durante la investigación Sa además mira algunos videos donde se grabaron varios programas de televisión de Salcedo.

Estos videos del trabajo de Salcedo son otra parte fundamental del libro. Salcedo parece muy inspirado en Olmedo en su trabajo. Pero en realidad es algo más intelectual en sus actuaciones. Sa se ríe bastante con su humor. A veces no tanto cuando percibe que está un poco comprometido con realidades miserables del país.

Fabio Sa hace toda una serie de entrevistas. Breves, parece buscar solo lo justo que le puedan decir que no se haya escrito en otros lados. Charla con su guionista, el director de sus programas, el escritor exiliado, un camarógrafo, un vecino que lo conoce desde siempre, una actriz rubia y otra morocha que además de trabajar con él fueron sus mujeres.

Salcedo no tiene la misma vida que Olmedo. Nunca se casó ni tuvo hijos, solo amigos del trabajo y sus mujeres.

En determinado punto de su investigación Sa sospecha de las mujeres de Salcedo. Le encarga a un colaborador que contacta por teléfono que las vigile. Dicho colaborador trabaja con otro de sus colaboradores: un periodista honesto, para otras investigaciones. Sa además a veces llama a otro periodista, que es bastante corrupto. Además a veces trabajan con un policía que busca depurar su institución, y con otro que más bien hace delitos dentro de tal institución. En uno de los pasajes de la novela se queja de no estar ni con Dios ni con el Diablo. Y que eso lo puede condenar.

Luego de algunos malos recuerdos sobre sus viajes por Buenos Aires —ciudad que quiere y que desprecia—, de algunas noches con insomnio, Sa tiene cierta sospecha sobre lo que pudo haber pasado con la muerte de Salcedo. Y finalmente se lo confirma un informante que se contactó con su colaborador telefónicamente contratado para el caso.

A todo esto Sa tiene varios síntomas psicosomáticos. Se le infecta un lunar. Se lo tiene que sacar. Reniega de los médicos. Sufre su gastritis de siempre. Sufre por una muela del juicio que no lo deja dormir. Va a una dentista que lo sorprende por joven y linda. Cosa que no le impide renegar también de los dentistas. En este caso una dentista... Todos en realidad son síntomas que tuvo el mismo autor mientras escribía esta novela, y los aprovechó para compartirlo con su personaje y hacerlos ficción.

Sa finalmente descubre qué pasó con la muerte de Salcedo. Su colaborador se lo confirma, el que trabaja además con el periodista honesto. Prácticamente resuelve el caso por teléfono. El clima es de parodia, por momentos algo confuso, y no es para tomar demasiado en serio. Todo exagera la parodia y quizá malogra un poco el libro —si se debe hacer una autocrítica—; asunto que se trató de resolver mejor en una segunda escritura breve, agregando algunos pasajes.

El humorista parece haber tenido una muerte tragicómica, como su mismo estilo en hacer humor.

El detective Sa finalmente mira otro de los videos de Salcedo, con otra de sus actuaciones. El clima no parece nada trágico, al contrario. El humorista lo hace reír otra vez. Como si la muerte no lo hubiera rozado.

Otro humorista ha opinado —si la memoria no falla—: Los gobiernos pasan, pero los artistas quedan. Algo así parece ver el detective Fabio Sa riéndose por su talento subido de tono. Se ríe como si acabara de verlo, como si estuviera vivo.

En esta novela hay una muerte, pero su clima en general no es trágico. Tampoco hay tiros ni peleas o explosiones como en los policiales pesados. El detective en general, pese a que también es algo libertino, es un tipo racional que resuelve sus casos —o fracasa para resolverlos como le ha pasado en varios libros— con el pensamiento.

El detective de hecho es poeta. Ha escrito varios libros de poesía. En la ficción algunos lo reconocen por sus escritos. Esos libros quizá se editen —o no— como libros aparte firmados por él como un personaje de ficción, desde la vida de un autor real —en este caso el de este libro: Fernando Sánchez—. En un capítulo de este libro Sa intenta escribir un poema inspirado en sus caminatas por Buenos Aires, sus zonas oscuras y claras.

El proyecto de esta serie de novelas policiales —algunas más serias, otras más paródicas como esta—, es el de unirlas con libros de otros géneros: los poemas del detective, los cuentos de Fabian Saez (y algunas novelas donde es protagonista —no son policiales—; y las historias de otros personajes que aparecen a veces como pantallazos breves en la serie del detective: por ejemplo Francisco Sapetti, un amigo de Sa, protagonista de otras dos novelas no policiales de esta serie.

Todo esto haría —según parece ser este proyecto que quizá se haga o quizá no— libros de varios géneros a leer como si fueran un solo libro. Un libro junto a otros libros de miles de páginas formado por novelas —algunas policiales, otras no—, cuentos y poemas. Ahora que lo piensa un poco, el autor de todo esto descubre que sería buena idea además unir a esto un guión de cine y uno o dos libros de ensayos o notas dispersas. Uno de esos ensayos dedicado a la novela policial y a diversos comentarios de libros de varios autores.

Todo forma parte del proyecto inédito de Fernando Sánchez, pero ya difundido entre algunos de sus conocidos.

Volviendo a esta novela, "El capocómico que admiraba a Olmedo", la número 22 o 23 de la serie, su estilo es visual como le gusta a Sánchez. Se leen los diversos capítulos y se los mira como en una película. Escrito con descripciones y diálogos, con pensamientos como voces en off que siguen a la acción. Sánchez busca no escribir para esto palabras de más ni de menos, en un estilo minimalista que tanto aprendió de un escritor como Raymond Carver. Y que le gusta, desde ya.

En general reniega de la falta de diálogos y descripciones de los libros de autores argentinos, que en general son demasiado enunciativos. Estilo que le parece hasta cierto punto facilista o fallido. Cuentan por ejemplo: "Juan hizo un viaje" Y poco o nada más. En vez de tomarse el trabajo de contar con diálogos y descripciones todo lo que Juan vió, habló y vivió en ese viaje.

Este estilo visual Sánchez lo aprendió de varios autores de policiales o no. Por ejemplo el mencionado Carver, o en los policiales de David Goodis. Otro de los que llama sus maestros.

Otro tema preocupante para Sánchez es el de lo que se suele llamar "obscenidad". Si la hay o no en ciertas descripciones o en algunas palabras subidas de tono o detalles que podrían evitarse. Para Sánchez no existen las "malas palabras". Como le oyó decir al Premio Nobel José Saramago: esas palabras son en todo caso las que mienten. Suelen ser a veces muy finas y amables.

Para Sánchez además la obscenidad no está en el sexo sino en la realidad general. Por ejemplo en barrios como San Isidro, donde se ven algunas mansiones al lado de villas miseria.

Sánchez supone que no se equivoca si afirma que alguna vez leyó palabras que le atribuían a Nietzsche, que más o menos afirmaban algo así: "La moral es un interés particular disfrazado de valor universal".

Supone que si fuera Premio Nobel como lo fue recientemente una escritora, y si escribiera hasta una novela que podría considerarse porno —como tal escritora— no se molestarían tanto por sus escritos en la posible o falta de obscenidad Y más con la plata que da el Nobel. La palabra entonces le resulta más una cuestión de status y de dinero que de moral.

Sus libros tienen palabras subidas de tono. Escenas amorosas más o menos explícitas. En "El capocómico que admiraba a Olmedo", todo esto es más discreto. Es más, su autor se ha esforzado para eso. Lo que no impide que en algunos párrafos no hayan surgido cercanías a esos prejuicios que le resultan castradores. Alguna palabra quizá fuerte, alguna escena solitaria del detective, maldiciones diversas, algún tono algo fuerte, alguna intimidad sugerida, pero que por ahí estalla con una palabra demasiada obvia —por ejemplo semen—.

Si Fernando Sánchez tuviera que nombrar a sus autores predilectos, con quienes quisiera estar —sino es demasiado pedir— como en su familia literaria (desde ya tiene más cosas en común con ese tipo de familias que con otras), y en el estilo que ha aprendido para escribir un libro como este y tantos, no podría dejar de nombrar a varios autores, sean de policiales o no. Como los mencionados Charles Bukowski y Raymond Carver, en el llamado realismo sucio norteamericano. Además los policiales de Ed MacBain, del ya nombrado David Goodis, de Jim Thomson y sus psicópatas. El Humor de Woody Allen en cine y en sus libros. Los imprescindibles del policial: Raymond Chandler, Dashiell Hammett, el negro Chester Himes, Ross Macdonald. Entre los argentinos Antonio Dal Masetto, Osvaldo Soriano, Juan Martini, Juan Sasturain, el obsceno y elemental Enrique Medina.

El detective Fabio Sa surgió gracias a sus lecturas del Henry Chinaski de Bukowski y el Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. Otros atorrantes que lo inspiraron son Henry Miller y Jack Kerouac.

Sánchez supone que de todas estas lecturas e influencias intenta un estilo propio, dentro de las malarias y desesperaciones argentinas que lo suelen atrapar. "El capocómico que admiraba a Olmedo" fue presentado al concurso del diario Clarín en el 2004 con otro título, "El capocomico Salcedo". Novela ahora corregida, con pocos agregados y un cambio de título. Por supuesto su libro fue ignorado como le pasó tantas veces y como supone corresponde —sino no podría reconocerse, como un chiste: "pierdo siempre que cuando gano no me reconozco"— Ni se ha molestado en retirar las copias, y al mejor estilo Inquisición ha pensado: "Que los quemen".

Esta versión estaba guardada en un diskette original, de donde habían partido las copias renegadas para el concurso de Clarín.

Volviendo a la novela "El capocómico que admiraba a Olmedo", como se ha dicho Fabian Saez es un alter ego del autor. El detective es un tipo- personaje- atorrante, que en general hace todo lo que su autor no se atreve hacer en la vida real. Sánchez en general se reconoce como un burgués interesado en los mundos marginales, más como inspiradores que como compañeros de ruta, y utilizando en gran parte sus propias tendencias marginales o automarginadas. Fabian saez es el que más se acerca, sin dejar de ser ficción, a la vida real de Sánchez. Desocupado, estudiante crónico, escritor de cuentos y otros escritos. El autor pensó varias veces en usar ese nombre como seudónimo, y finalmente se ha decidido por usar su nombre real.

Vicky, volvemos a ella, es otra de las mayores habitantes de las novelas del detective Fabio Sa. Está viva en toda la serie, acompañando al detective, más allá de alguna que otra pelea como suelen tener las parejas. Vicky tiene un negocio de ropa usada, modesto, que ha comprado apenas pudo huir de su primer oficio. Ese oficio lo nombran más finamente en los países desarrollados o más serios: trabajadora sexual. Pero en países como la Argentina ese tipo de oficios no tienen mucho futuro. Por lo tanto abandonó esa carrera —lo pudo hacer— y se puso un negocio con la plata ahorrada y la colaboración del detective. Sa la ayudó a organizar su pequeño comercio. De todas formas la antigua profesión de Vicky se nombra poco y nada, apenas en dos o menos novelas de toda la serie. En "El capocómico que admiraba a Omedo", Vicky está de nuevo dándole algo de aire fresco al detective. Ella parece ser alguien que el detective quiere bastante —Vicky está algo inspirada también en la mujer del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, si hay que rastrear influencias—. En Vicky el detective parece recuperar cierta paz y normalidad que lo sacan de la locura y de los conflictos que suele tener en su trabajo, en sus investigaciones y en la realidad en general.

"El capocómico que admiraba a Olmedo", para Sánchez no pasa de ser un policial que renombra como atorrante, y que como tal es solo un estilo más. Uno de tantos. Con más o menos hallazgos, más o menos escenas fallidas, más o menos menores. Siempre opina que los autores que llama así —los atorrantes— son los mejores. Pero es sólo una cuestión de gusto personal. Como un rock de los Rolling Stones. Seguramente hay miles de músicos mejores que ellos, pero ninguno de ellos tienen lo que movilizan los Stones. Lo mismo para saez con los autores atorrantes. Deben haber miles de libros mejores que los de bukowski, seguro, pero no recurre ni vuelve tanto a ellos como con bukowski.

"El capocomico que admiraba a Olmedo", como novela atorrante protagonizada principalmente, o como personajes secundarios, por marginales, pero que esencialmente mantienen cierta dignidad o la buscan cuando la perdieron o se la robaron indecentes varios, le ha traido en general varios conflictos al autor de estos libros. Especialmente con el freudiano superyo, tan preocupado por principios morales, en general o a veces bastante falsos. Ya se ha dicho que sanchez es en general bastante burgues, con todas las miserias de los burgueses, pero siempre interesado en otras gentes que espera mejores. Ha escuchado un consejo atinado para aplacar al supoeryo y algunas de sus farsas. Mandarlo por ejemplo habitualmente al carajo —perdonando la palabra—. ha sido uno de sus recursdos utilizados, para ser algo mas feliz en la desgracia y la farsa general de los burgueses, valga el redundeo... Y con tales esfuerzos, esta novela "El capocomico que admirabaa Olmedo", es el resultado de esa busqueda de felicidad de una realidad general que —de eso— tiene poco y nada...

0 comentarios