Un verano con Raymond Chandler
La Tercera. Chile
Fecha edición: 14-02-2004
Poli Délano
Conocí al académico norteamericano Frank Macshane (QEPD) cuando vino a Chile a dictar cursos de literatura al Pedagógico, en los años cincuenta. Fui su alumno, y más tarde tuve el privilegio de ser su amigo. Dirigía el taller de creación literaria de la Universidad de Columbia y muchas veces -en mis pasadas por Nueva York- almorzamos juntos y conversamos largamente de temas que a los dos nos interesaban, como el de la vida y obra del mayor cultor de la novela negra, Raymond Chandler. Tiempo antes, Macshane había descubierto la calidad literaria que tenían las novelas de este escritor y decidido investigarlo hasta el fondo. Se trasladó a California con el propósito de seguir sus pasos, conocer los lugares donde había vivido, sus casas, entrevistar a las personas que lo conocieron de cerca, escudriñar cada rincón por donde el investigador privado Philip Marlowe anduvo arriesgando el pellejo para descubrir la corrupción y el crimen.
El primer resultado de sus andanzas se volcó en una contundente biografía de Chandler, acompañada de un buen número de fotos significativas en las que sus lectores pudimos admirar a Sissy, la bella esposa, conocer a su colección de gatos y enterarnos de sus ámbitos y hábitos. Durante uno de esos almuerzos, Macshane me regaló su libro (en edición Penguin), otorgándome un par de semanas de dicha por la posibilidad que tuve de pasearme a lo largo de la intimidad de uno de mis autores más caros.
El segundo resultado fue la recopilación de las cartas de Raymond Chandler, Collected Letters, que me regaló un par de años después, durante otro de esos almuerzos en algún restorán de Manhattan. Obra de gran volumen, ya que el escritor sufría de insomnio agudo y dedicaba parte de las noches a su correspondencia. Nos regalaba ahora la posibilidad de interiorizarnos en sus opiniones sobre otros pares del género, de saber, por ejemplo, que admiraba mucho a Dashiell Hammett (precursor, como él, de este género "negro") mientras que a la vez menospreciaba a James M. Cain, el autor de El Cartero Llama dos Veces y de Pacto de Sangre, en cuyo guión cinematográfico participó el propio Chandler; enterarnos de cómo manejaba su relación con los editores y qué cosas podía comentarles a Hemingway o Faulkner .
Traigo estos hechos a la memoria por dos razones: primera, que la buena literatura policial -aunque deleitosa en toda época- es espléndida lectura para las vacaciones de verano. En enero pasado leí unas seis novelas de Cain que no conocía, y hace cinco días terminé la relectura de un patético y conmovedor texto de George Simenon titulado Carta a mi Juez . La segunda razón es a la vez una buena noticia: la editorial Emecé (de Argentina) ha decidido reeditar las obras completas de Chandler y algunas se encuentran ya en los escaparates de las librerías santiaguinas, entre ellas dos que han adquirido ya la categoría de clásicos, El Sueño Eterno y La Dama del Lago.
Otro escritor que llegó a enamorarse de la obra de Chandler fue el argentino Osvaldo Soriano. También disfruté de su amistad y lo encontré en diversas ocasiones y varios países. En su novela Triste, Solitario y Final toma como protagonista a Philip Marlowe, el detective chandleriano, y lo hace investigar un caso en el escenario de Los Angeles, ciudad que Soriano aún no conocía. Un Marlowe envejecido debe ir juntando informaciones para finalmente deducir por qué los estudios cinematográficos de Hollywood ya no le dan trabajo al anciano actor cómico Stan Laurel, el famoso Flaco compañero de astracanadas del Gordo, Oliver Hardy. En una de sus crónicas para el diario La Opinión (a comienzos de los setenta), Soriano cuenta que por fin ha conocido Los Angeles y que un día de llovizna fue a visitar la tumba de Stan Laurel para dejar sobre ella un ejemplar del libro, a manera de homenaje. Dice además que "No pude ir a La Joya a visitar a Chandler, pero en Los Angeles imaginé las andanzas de Philip Marlowe cada vez que caminé por Figueroa Street o el Sunset Boulevard".
Recomiendo enfáticamente la lectura de estas novelas para lo que nos queda de verano. También la de cualquier otro título de Dahiell Hammett, Ross Macdonald, James M. Cain o Jim Thomson, el más brutal de todos. Además, la de una novela paródica del género, llena de humor y absurdo, Pulp, de Charles Bukowski. Y, por supuesto, la de Osvaldo Soriano.
www.tercera.cl
Fecha edición: 14-02-2004
Poli Délano
Conocí al académico norteamericano Frank Macshane (QEPD) cuando vino a Chile a dictar cursos de literatura al Pedagógico, en los años cincuenta. Fui su alumno, y más tarde tuve el privilegio de ser su amigo. Dirigía el taller de creación literaria de la Universidad de Columbia y muchas veces -en mis pasadas por Nueva York- almorzamos juntos y conversamos largamente de temas que a los dos nos interesaban, como el de la vida y obra del mayor cultor de la novela negra, Raymond Chandler. Tiempo antes, Macshane había descubierto la calidad literaria que tenían las novelas de este escritor y decidido investigarlo hasta el fondo. Se trasladó a California con el propósito de seguir sus pasos, conocer los lugares donde había vivido, sus casas, entrevistar a las personas que lo conocieron de cerca, escudriñar cada rincón por donde el investigador privado Philip Marlowe anduvo arriesgando el pellejo para descubrir la corrupción y el crimen.
El primer resultado de sus andanzas se volcó en una contundente biografía de Chandler, acompañada de un buen número de fotos significativas en las que sus lectores pudimos admirar a Sissy, la bella esposa, conocer a su colección de gatos y enterarnos de sus ámbitos y hábitos. Durante uno de esos almuerzos, Macshane me regaló su libro (en edición Penguin), otorgándome un par de semanas de dicha por la posibilidad que tuve de pasearme a lo largo de la intimidad de uno de mis autores más caros.
El segundo resultado fue la recopilación de las cartas de Raymond Chandler, Collected Letters, que me regaló un par de años después, durante otro de esos almuerzos en algún restorán de Manhattan. Obra de gran volumen, ya que el escritor sufría de insomnio agudo y dedicaba parte de las noches a su correspondencia. Nos regalaba ahora la posibilidad de interiorizarnos en sus opiniones sobre otros pares del género, de saber, por ejemplo, que admiraba mucho a Dashiell Hammett (precursor, como él, de este género "negro") mientras que a la vez menospreciaba a James M. Cain, el autor de El Cartero Llama dos Veces y de Pacto de Sangre, en cuyo guión cinematográfico participó el propio Chandler; enterarnos de cómo manejaba su relación con los editores y qué cosas podía comentarles a Hemingway o Faulkner .
Traigo estos hechos a la memoria por dos razones: primera, que la buena literatura policial -aunque deleitosa en toda época- es espléndida lectura para las vacaciones de verano. En enero pasado leí unas seis novelas de Cain que no conocía, y hace cinco días terminé la relectura de un patético y conmovedor texto de George Simenon titulado Carta a mi Juez . La segunda razón es a la vez una buena noticia: la editorial Emecé (de Argentina) ha decidido reeditar las obras completas de Chandler y algunas se encuentran ya en los escaparates de las librerías santiaguinas, entre ellas dos que han adquirido ya la categoría de clásicos, El Sueño Eterno y La Dama del Lago.
Otro escritor que llegó a enamorarse de la obra de Chandler fue el argentino Osvaldo Soriano. También disfruté de su amistad y lo encontré en diversas ocasiones y varios países. En su novela Triste, Solitario y Final toma como protagonista a Philip Marlowe, el detective chandleriano, y lo hace investigar un caso en el escenario de Los Angeles, ciudad que Soriano aún no conocía. Un Marlowe envejecido debe ir juntando informaciones para finalmente deducir por qué los estudios cinematográficos de Hollywood ya no le dan trabajo al anciano actor cómico Stan Laurel, el famoso Flaco compañero de astracanadas del Gordo, Oliver Hardy. En una de sus crónicas para el diario La Opinión (a comienzos de los setenta), Soriano cuenta que por fin ha conocido Los Angeles y que un día de llovizna fue a visitar la tumba de Stan Laurel para dejar sobre ella un ejemplar del libro, a manera de homenaje. Dice además que "No pude ir a La Joya a visitar a Chandler, pero en Los Angeles imaginé las andanzas de Philip Marlowe cada vez que caminé por Figueroa Street o el Sunset Boulevard".
Recomiendo enfáticamente la lectura de estas novelas para lo que nos queda de verano. También la de cualquier otro título de Dahiell Hammett, Ross Macdonald, James M. Cain o Jim Thomson, el más brutal de todos. Además, la de una novela paródica del género, llena de humor y absurdo, Pulp, de Charles Bukowski. Y, por supuesto, la de Osvaldo Soriano.
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