El cometa Vian
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 22/04/2009
Pasó como un meteoro. Como si no pudiera detenerse ni un instante para comprobar si seguía avanzando en una dirección que, por otra parte, no se había trazado. En los treinta y nueve años de su existencia, Boris Vian (1920-1959) hizo de todo. Fue ingeniero (y chupatintas) y convirtió la bohemia de Saint-Germain-des-Près en una forma de vida: precisamente en el momento en que en las terrazas del Flore o de Les Deux Magots convivían pacíficamente los acólitos del existencialismo, reunidos en torno al patrón (el Jean Sol Partre de La espuma de los días), y los turistas que venían a ver lo que se cocía en el París liberado. Fue músico: letrista de canciones (y libretista de ópera para Milhaud), compositor, cantante y trompetista de jazz. Y poeta. Fue inventor y dramaturgo. Y traductor y guionista y crítico. Fue también novelista con dos registros: con su propio nombre para las novelas a secas, y con el de Vernon Sullivan para las de género (negro), que fueron las que le proporcionaron dinero suficiente para pasarlo bien de vez en cuando y adquirir el BMW de seis cilindros con el que se paseaba por el quartier con su primera mujer o Juliette Greco en el asiento del copiloto. Hizo de todo. Y, además, rápido.
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