Carta abierta a Paco Ignacio Taibo I, por Carlos Salem
Querido Jefe:
Permítame el descaro de llamarlo como lo llamaban en casa o en las redacciones en las que impartió cátedra de periodismo y vida.
No tuve la fortuna de conocerlo en persona, porque siempre llego tarde a los lugares y la gente más interesante. Así, por ejemplo, me pasé casi 20 años queriendo ir a la Semana Negra de Gijón, pero entre un amor y un desamor, entre un periódico y otro, se me fue pasando el tiempo. Usted me entiende. El caso es que fui, por primera vez, este verano, y más que las presencias literarias y la efervescente actividad que desata a su paso su hijo Paco Ignacio II, se notaban dos ausencias: la del poeta Ángel González, fallecido hacía unos meses, y la suya, jefe, a quien la salud le impedía estar donde siempre hizo falta.
Y esta no es la típica frase que se suele urdir cuando alguien se ha marchado, se lo aseguro. Entre usted y yo: nunca creí que la muerte cambié demasiado a las personas, y me jode cantidad que cuando un cabrón se va, se le perdonen por decreto las cabronadas que hizo. Y me jode, porque eso iguala a los cabrones con los otros, los que han escrito su vida con tinta y sin borradores, los que, como usted, han usado el periodismo como una trinchera desde la que hablar con la gente y no como un bunker para separarse del pueblo.
Al volver de Gijón, después de tantas emociones, me dediqué a saber sobre usted en esa red ingobernable que es internet. Y hubiera rezado, si supiera, para que el año que viene los achaques le permitieran estar en la Semana Negra. No pudo ser.
Rebuscando entere las numerosas y sinceras semblanzas sobre su vida que se nos apagó el 13 de este mes, me emocioné al leer sobre el consejo que solía dar a sus periodistas: "Ahora vayan a escribir: de manera tan sencilla, tan amena y tan compleja, como para que los entienda el señor que se encuentra a un costado de la Catedral, esperando para ser contratado como fontanero, y tan interesante como para que los lea Octavio Paz".
Le juro, jefe, que mientras dirigí periódicos de provincia por toda España, solía intentar algo parecido, hasta que me cansé y tiré la toalla.
Usted no.
Usted siguió en la brecha, mientras la salud se lo permitió, usted era la mezcla humana más peligrosa que se conoce, medio asturiano, medio mexicano, la suma de unas gentes que no quieren ni pueden conformarse, aunque los obliguen.
Usted se exilió en México en 1959, el año en que yo nacía, y desde entonces convirtió su casa en la embajada extraoficial de España en el único país que nunca reconoció la dictadura franquista, algo en lo que usted, o los que eran como usted, tuvieron mucho que ver.
Me quedé también con un párrafo de sus libros de viajes, recatado en el blog de Jesús Lens, ya sabe, ése tan alto que lleva una nube por sombrero y que desde Granada sueña todo el año con Gijón.
Rescataba Lens de su libro Ocurrencias, Notas de viajes, la definición más exacta que he leído de esta capital desde la que le escribo. Decía usted: "Madrid. No conozco otra ciudad tan dada a la vida sin sueño, tan abierta a gozar hoy lo que los hombres de ayer no podían ni soñar con gozarlo. Yo diría que el hombre y la mujer que viven en Madrid, viven tres o cuatro veces más que los que habitan en otros lugares del planeta."
Ya no podré encontrármelo en Gijón el verano que viene, jefe.
Y esa ventaja me la llevarán siempre los más veteranos del festival literario cultural que sigue trayendo de cabeza a los que creen que la cultura es algo barnizado y con corbata.
Pero no se preocupe: ese huracán con bigotes que es su hijo Paco y el resto de los secuaces, defienden la trinchera con las páginas caladas. Y en la medida que pueda, yo y mi escopeta de feria cargada de palabras tristes, estaremos allí.
Ya no podré conocerlo en persona, Jefe.
Y sin embargo me parece que lo conozco.
Al saber de su marcha, me vinieron a la cabeza, de inmediato, los versos de una canción de Silvio Rodríguez que seguramente usted conoce, y que dicen:
La última vez lo vi irse, entre humo y metralla, sonriendo y desnudo.
Iba matando canallas, con su cañón de futuro.
Iba matando canallas, con su cañón de futuro.
Nos vemos, un día de estos, jefe.
Atentamente, Carlos Salem
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