"El refugio", de Elizabeth George
Resulta gratificante comprobar cómo no solo de despiadados asesinos en serie vive la literatura criminal estadounidense, que hay territorios a explorar más allá del psicópata que utiliza toda su maldad para retar al policía de turno a averiguar por qué se dedica a matar mediante los métodos más descerebrados que uno pueda imaginar.
Y tenía que ser una mujer la que recuperase un modo de narrar en la mejor tradición “christiana”, utilizando para ello todos los ingredientes básicos que han hecho las delicias de lectores de todo el mundo desde principios del siglo pasado.
Porque en “El refugio”, no falta ninguno de los componentes clásicos que en su día pudimos encontrar en las más de ochenta novelas firmadas por tía Agatha. Evidentemente, tenemos al muerto, pero con uno basta y tampoco es necesario ensañarse con la pobre víctima. Como escenario, la autora elige la cerrada sociedad de una isla del Canal de la Mancha en la que todos se conocen, lo que procura un buen número de candidatos a criminal pero condicionado por otra parte por los límites geográficos de la misma, como si estuviéramos ante el típico asesinato en habitación cerrada pero un poquito más amplia de lo normal. Y, como sucede en toda sociedad cerrada, abundarán las relaciones turbias que se manifiestan como una corriente subterránea bajo la aparente calma de su superficie. Sociedad cerrada en la que cualquiera que llega de fuera puede resultar sospechoso y cualquiera de los de dentro tiene cosas que ocultar.
En cuanto a la víctima, ¿qué mejor que un millonario al que todos los isleños deben algo, rodeado de ex mujeres, amantes e hijos de amantes y ex mujeres? Un hombre cuyo apetitoso testamento todos quieren conocer y a casi nadie satisface. Un hombre que muere en misteriosas circunstancias pocas horas después de ofrecer una fiesta a la que nadie ha querido faltar, reunión en la que el millonario pretendía presentar su último proyecto con el que agradecer a sus paisanos la calurosa acogida que recibió cuando decidió hacer de la isla su lugar de residencia.
Ni siquiera echamos en falta a los policías ineptos, o cuando menos cómodos, que se conforman con la solución evidente a pesar de lo endeble de las pruebas recopiladas. Porque, claro está, siempre resulta más sencillo condenar a un forastero de paso por el lugar que a uno de los vecinos de toda la vida.
Afortunadamente para la mujer elegida como cabeza de turco, su antigua amistad con una fotógrafa inglesa, casada con un experimentado científico forense, le servirá para tratar de que su honradez e inocencia se vea restituida, ofreciéndose al lector así la posibilidad de conocer a la pareja de investigadores –Simon y Deborah Saint James, pertenecientes a la clase acomodada londinense– que, cada uno por su lado, irán reuniendo las piezas necesarias para recomponer un rompecabezas roto muchos años atrás.
¿Es o no “christiana” la historia?
Pues con todos estos elementos, Elizabeth George crea una trama sencilla y eficaz, una historia que sirve, al margen de lo evidente -–averiguar la identidad del asesino–, para sacar a relucir los vínculos entre diversos personajes de la isla, unidos en muchos casos por lazos familiares que obligan a mantenerse como una piña. Pero también sirve de pretexto la trama para profundizar en las relaciones, no siempre fáciles, entre dos amigas, la investigadora y la principal sospechosa y única detenida. Y lo que esas relaciones pueden suponer para la cómoda vida matrimonial de los Saint James.
Para ello la autora utilizará un estilo ágil que en ocasiones se ralentiza para ofrecernos extensas descripciones que a veces sirven simplemente para espesar la trama y engordar el libro pero que, en la mayoría de las ocasiones, contienen datos en apariencia innecesarios pero que terminan sirviendo para que un lector atento pueda averiguar lo sucedido casi al mismo tiempo que Simon Saint James y esposa. Y digo casi porque Elizabeth George incluso recurre a las mismas "trampas" que tía Agatha, guardándose desde el principio un as en la manga y sacándolo a relucir cuando la partida está a punto de finalizar para conseguir un desenlace sorprendente pero que siempre estuvo delante de las narices del lector.
Lo dicho, una historia bien trabajada y mejor escrita que actualiza el estilo con el que muchos nos iniciamos en el gusto por las novelas policiacas, criminales, de misterio o como queramos llamarlas.
Ricardo Bosque, octubre de 2007
Elizabeth George
Traducción de Escarlata Guillén
0 comentarios