Reseña (o así) de Manda flores.
Confieso que leí Manda Flores... con ansiedad y estupor. El título era bueno; el escritor, crítico; y su condición, de novato. Lo leí entre lingotazos de vino y cigarrillos en primavera. Me dejó estupefacto. Entre tanta novela con pretensiones, tanto libro con afán de trascender, tanto pedante ambulante, me encontraba con un libro sencillo y bien escrito que sólo pretendía entretener.
Porque lo cierto es que me enganchó enseguida: los personajes eran creíbles; el marco, bien dibujado; la trama, consistente; el lenguaje, eficaz y limpio. Soy escritor y crítico literario, de modo que tengo cierta desviación a recomendar o desaconsejar, así que automáticamente lo recomendé a un puñado de amigos. Ninguno se quejó.
No voy a desvelar la historia, pero sí a sacarle un pero bastante grave. Vemos. Dos meses después me llevé Manda Flores... a la playa con mi mujer y chavales. La playa, ya se sabe, es un coñazo. Hay que cuidar de los niños, estar atento no se pierdan y evitar que se ahoguen. No voy a esconder que soy camastrón además de miope, de modo que cada año me llevo al mar la hamaca y un par de periódicos, y leo como un condenado.
Sin embargo, este año mi mujer tenía Manda Flores... entre las manos y leía y leía mientras los niños jugaban y hacían esas burradas tan encantadoras que hacen. Afortunadamente veraneamos en Almería, no en Tarragona. En caso contrario, seguro que se los zampa el tiburón. Porque lo cierto es que enseguida comprobé que o me ocupaba yo o no se ocupaba de los chicos nadie.
Empecé a mirar con ira aquel maldito libro que me estaba aguando las vacaciones más que el mismo Mediterráneo. "Joder con el Ricardo Bosque de los cojones", me decía. A ese tío lo talo. Pedí el teléfono del pájaro en información y le llamé desde la playa conminándolo a una compensación (nurse, canguro o nanny), pero se rió desvergonzadamente y hasta se mostró simpático, el muy traidor.
Que se prepare: desde este momento desaconsejo su lectura en la playa, sillón o sofá, de forma que sólo puede ser leído en una narcosala. Es una novela estupefaciente y con tendencia a dejar estupefacto no sólo al que lee, como el tabaco. De la misma manera, encarezco a que lo lean en la cama todas las señoras y señoritas que duermen acompañadas, al fin y al cabo la protagonista es una mujer. (Y qué mujer.)
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