LA OTRA BELLA DURMIENTE
La última novela de Phillip Margolin aborda los límites de la imaginación literaria frente al hecho criminal y su investigación científica
JUAN Bolea 14/10/2004
En casi todos los talleres literarios, antes o después, uno de los profesores suele pronunciar, como consejo capital dirigido a los jóvenes aprendices de escritor, la siguiente y capital frase: "Escribe de lo que sabes". Sería algo así como el primer mandamiento, una máxima orientada a cimentar la veracidad del texto y anclarlo con mayor profundidad e impacto en la mente de los lectores. Nunca falla, y los alumnos suelen tomar buena nota de esa sentencia.
Sucede en la última y muy entretenida novela de Phillip Margolin que uno de esos escritores de novelas policíacas --a cuya creación tan proclives resultan los autores de carne y hueso-- traslada este apotegma a sus últimas consecuencias. Esto es, decide, antes de ponerse a escribir, vivir, experimentar con sus propios sentidos los elementos dramáticos de su obra, encarnados en sucesivos crímenes. Decide, en definitiva, pensar y actuar como un asesino, y escribir después, en caliente, sobre esa experiencia primigenia y atroz.
A partir de este planteamiento, la ficción de Margolin adquirirá una dimensión extraña, monstruosa, ciertamente, en su concepción original, pero esencial y directa en la consecución de sus objetivos causa--efecto. El texto de una serie de despiadados crímenes relatados con pavorosa frialdad y, al mismo tiempo, con una precisión casi quirúrgica, con un detallismo espeluznante, aparece de pronto en las clases de uno de esos talleres literarios...
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JUAN Bolea 14/10/2004
En casi todos los talleres literarios, antes o después, uno de los profesores suele pronunciar, como consejo capital dirigido a los jóvenes aprendices de escritor, la siguiente y capital frase: "Escribe de lo que sabes". Sería algo así como el primer mandamiento, una máxima orientada a cimentar la veracidad del texto y anclarlo con mayor profundidad e impacto en la mente de los lectores. Nunca falla, y los alumnos suelen tomar buena nota de esa sentencia.
Sucede en la última y muy entretenida novela de Phillip Margolin que uno de esos escritores de novelas policíacas --a cuya creación tan proclives resultan los autores de carne y hueso-- traslada este apotegma a sus últimas consecuencias. Esto es, decide, antes de ponerse a escribir, vivir, experimentar con sus propios sentidos los elementos dramáticos de su obra, encarnados en sucesivos crímenes. Decide, en definitiva, pensar y actuar como un asesino, y escribir después, en caliente, sobre esa experiencia primigenia y atroz.
A partir de este planteamiento, la ficción de Margolin adquirirá una dimensión extraña, monstruosa, ciertamente, en su concepción original, pero esencial y directa en la consecución de sus objetivos causa--efecto. El texto de una serie de despiadados crímenes relatados con pavorosa frialdad y, al mismo tiempo, con una precisión casi quirúrgica, con un detallismo espeluznante, aparece de pronto en las clases de uno de esos talleres literarios...
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