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La Balacera

Ay, compadre Mosteo de mi corazón...

Ay, compadre Mosteo de mi corazón...

Ay, Mosteo, Mosteo, que yo no soy digno de que entres en mi casa (ni falta que hace, que igual dabas buena cuenta de mis reservas de cariñenas, borjas y somontanos), pero una sola palabra tuya bastará para sanarme.

 

Porque si un tipo como tú me dice, literalmente, “Hostia, qué bien escribes, cabrito. Y qué atmósferas más espesas y jugosas sabes crear”, uno se lo cree y lo mismo se convierte sin quererlo en uno de esos personajes infernales, esos Borges, Sender, Mallarmé, Villon... que en un momento dado se fueron de cabeza, pensando que la gloria alcanzada les permitía ya cualquier cosa. Rodeado de amantes y adoradores del complicado arte del pedo, qué gustazo para la pituitaria.

 

Tú si que sabes, canalla, y por eso escribo estas líneas mientras escucho a tu Waits del alma y mi Morrison del higadillo, ese excelso poeta alcohólico que definitivamente descansa (o no, que habrá que ver cómo pasa las noches) en el cementerio Père-Lachaise de París, entre borrachos, maricones y putas, escoltado por la Piaf, los Wilde y Rodenbach (cuya tumba pasará a la posteridad en junio, cuando un servidor se dedique a mandar flores a unos cuantos entierros).

 

Porque si bueno era el Barraqueta de “El asesino de Zaragoza” o de “El rock de la dulce Jane”, si disfruté como un enano (por estatura que no quede) con esa increíble reunión de Espronceda y Poe en “La dama cautiva de Jaca”, me quedo sin aire con el descenso a los infiernos (qué caliente y confortable se debe estar) del autor, o sea tú, en “El infierno”, obra inclasificable a caballo entre la novela, el ensayo y lo testimonial con la que acabas de ser premiado por la Fundación Dosmilnueve.

 

Y a la espera de que salga ese “Blues de los bajos fondos”, esas jácaras que harán las delicias de todo aficionado al género negro, como lo son los lectores de este blog y a los que, desde ya, recomiendo, lean y relean las mosteadas que, cada cierto tiempo, salen de tus manos.

 

Salud, compadre.

 

PD: yo también fui alumno del Instituto Goya, del que sólo pude salvar, como tú, a doña Carmen Sender, quien en tiempos me dijo: “Bosque, te apruebo porque te lo lees todo y me haces unos comentarios de texto cojonudos, pero de teoría de la literatura no tienes ni pajolera idea”.

 

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