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La Balacera

Negra, criminal y filósofa

Negra, criminal y filósofa

Las historias de detectives y villanos nos atraen. A las puertas del II Encuentro de Novela Negra de Barcelona, nos preguntamos por qué.

XAVIER ANTICH - 01/02/2006

La vida es extraña a veces. Así se titula el primer capítulo de una novela, nunca acabada, de Cornell Woolrich, The loser. Unos años después, en 1964, Patricia Highsmith dejó un manuscrito con un título que parecía una corrección a eso: Nada extraño a primera vista. Quizás la novela negra sea la literatura de esa extrañeza que no es tal, sin embargo, a primera vista, pues trata de lo extraño que irrumpe en la vida o de cuando la vida se torna algo extraño, a menudo de golpe, sin que lo notemos. Basta poca cosa (un papel arrugado, una colilla sin apagar, unos zapatos fuera de sitio, un retrato rasgado, una botella vacía, un gato que escapa, la persiana que no se sube, un periódico doblado en el andén) para que irrumpa lo incomprensible y el misterio: el enigma inquietante de la vida. Y, con ellos, una voluntad de saber que topa con esa también inquietante certeza que ya señaló Simenon en La huida: "A veces sucede que no hay nada tan falso como la verdad". Y, a pesar de todo, querer saber. Sólo saber, no juzgar (como siempre recordaba Maigret). Porque el detective (y, con él, el lector) es un intérprete, no un juez. Y la novela negra, una hermenéutica de la vida cotidiana, una confrontación con el misterio.

Chesterton ya había hermanado novela negra y poesía cuando, en 1904, señaló que "el primer valor esencial de la narración policiaca consiste en que ésta es la primera y única forma de la literatura popular en que se expresa algo de la poesía de la vida moderna". Sería, sin embargo, Siegfried Kracauer el primero que reconocería a la novela negra una inequívoca dimensión filosófica. Y lo haría por todo lo alto, en unos textos escritos entre 1922 y 1925 que sólo verían la luz póstumamente, en 1971: Der Detektiv-Roman. Ein Philosophischer Traktat (La novela policiaca. Un tratado filosófico, lamentablemente no traducido al castellano). Es un trabajo, como otros del propio Kracauer, pero también como los de Simmel, Benjamin o Adorno, que se inscribe en una auténtica teoría de la modernidad. Y es que, para Kracauer, la novela policiaca (término que, por razones cronológicas, prefiere al de negra)centra su escenario en una de las zonas más desconocidas de la vida social, prestando atención a fenómenos aparentemente superficiales (desperdicios de la modernidad, les llama) que, desde los márgenes, permiten acceder a algunas claves de nuestro tiempo. De lo que se trata, para Kracauer, también aquí, es de descifrar las tendencias sociales a partir de fenómenos culturales efímeros y de las zonas marginales de la alta cultura. O lo que es mismo: acercarse a lo exótico de la vida cotidiana para intentar descifrar un mundo que aparece, en toda su complejidad, como secreto.

De hecho, convertir la realidad en un campo minado de indicios, como hace la novela negra, es reconocer el mundo como un laberinto de vestigios. Nada es lo que parece porque, como decía María Zambrano, "todo alude, todo es alusión y todo es oblicuo". Frente a la pretensión de explicar la realidad de acuerdo con teorías genéricas y universalistas, la novela negra opta, muy aristotélicamente, por prestar atención a lo irrepetiblemente singular: no hay tipos sino sólo casos, y cada historia es un universo fragmentado cuyo sentido, en última instancia, sólo puede reconocerse, provisionalmente, atendiendo a lo que tiene de irrepetible. La reflexión de Kracauer, en este sentido, está muy cerca de lo que Carlo Ginzburg escribió, en un artículo ya clásico, sobre el paradigma de los indicios: un método milenario de construcción de conocimiento a partir de rastros y huellas con el que, desde los cazadores y rastreadores del paleolítico, intentamos orientarnos en una realidad que esconde su sentido. O en un mundo, como pensaba Lukács, que había perdido su sentido, desintegrado en el caos. En este contexto se entiende que Kracauer vea la novela negra como un espejo deformante de la realidad: "Así como el detective revela el secreto oculto que se encuentra entre la gente, así también el medio estético de la novela policiaca revela el secreto de la sociedad vuelta irreal y sus marionetas insustanciales".

La novela negra, pues, aparece como un ejercicio de hermenéutica y semiótica del mundo: todo debe ser leído como indicio, todo signo apunta a un sentido que, al mismo tiempo, esconde. Todo está sujeto a interpretación, todo debe ser interpretado. No es extraño que también Roland Barthes, convencido de que el mundo de los gángsters era "el último universo de lo maravilloso", estuviera fascinado por la serie negra, en la que reconocía el último aliento de la tragedia: "Hechos como la muerte de un hombre, que la filosofía común todavía juzga importantes, se reducen a un trazo, se presentan con el volumen de un átomo de gesto: una breve alteración en el desplazamiento apacible de las líneas, dos dedos chasqueantes y en el otro extremo del campo perceptivo, un hombre que cae dentro de la misma convención de movimiento". Porque, paradójicamente, lo que parece insignificante se muestra lleno de sentido. Sólo hace falta, aunque no sea fácil, atar algunos cabos, como confiesa en Todo lo que muere el inspector Charlie Bird Parker, la gran creación de John Connolly: "Parecía que el caso se fragmentaba, y los trozos se apartaban de mí vertiginosamente y brillaban a lo lejos. Había en juego demasiados elementos para ser mera coincidencia, y sin embargo la experiencia me disuadía de intentar unirlos por la fuerza para formar una imagen con sentido pero falsa, un orden impuesto sobre el caos de la muerte y el asesinato". Ahí empieza, en la novela negra, todo: "De modo que me puse a pensar y pensar, y luego pensé un poco más. Y decidí que no sabía qué mierda hacer" (Jim Thompson, en 1280 almas). De lo sencillo a lo complejo y, de ahí, otra vez, hacia lo sencillo, quizás el viaje por excelencia de la única filosofía digna de este nombre: "Por fuerza tenía que ser más sencillo: los acontecimientos podían permitirse el lujo de ser complicados o de parecerlo; los hombres, en cambio, son siempre más sencillos de lo que uno se imagina" (Simenon, en Maigret en Nueva York).

Una filosofía, en todo caso, canalla, atrevida como siempre lo es la novela negra, en su viaje peligroso y arriesgado frente al consejo apocado del Deuteronomio: "No sigas los caminos del malvado, no vayan a convertirse en una trampa en tu interior".

La Vanguardia, miércoles 1 de febrero de 2006  

2 comentarios

andres -

a ver por que no mejor ponen los nombre de los dos detectives villanos y haci todos felices

hermosa -

yo opinon que mamjnsahfshfdashfbadtgvfuker jajajjajajajja hbfdhabgsdhvkhyfd jajjajajajhfbgdybvfygdbasyhu jajajjajahguaisgbfhiued kJKJJJAJJAJAJAJJAJJJJAAJajjaajjahdvbhkbgvyaJKJJJAJAAJAJAJ