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La Balacera

Arsène Lupin, el gentil ladrón de guante blanco, cumple 100 años

Si Rocambole, personaje creado por Victor-Alexis Ponson du Terrail, fue el más famoso pícaro elegante de la alta sociedad francesa del siglo XIX, a principios del XX le sucedería en ese trono el normando Arsène Lupin, hijo de Maurice Leblanc

TEXTO: JUAN PEDRO QUIÑONERO

PARIS. Arsène Lupin, el legendario «gentleman cambrioleur», «ladrón de guante blanco», creado por Maurice Leblanc, nació el mes de julio de 1905 en las páginas de la revista «Je Sais Tout», cuyo director había soñado con publicar las aventuras de un héroe francés comparable a Sherlock Holmes.

Cien años después, Lupin es un héroe nacional, sus aventuras se editan y reeditan sin cesar, sus adaptaciones teatrales y cinematográficas suelen ser grandes éxitos y sus paisanos de Etretat (Normandía) le rinden estos días obligados homenajes.

Maurice Leblanc había soñado con ser un escritor de otra especie, pero el desafío de un duelo con Sir Arthur Conan Doyle cambió su vida. Su personaje, Arsène Lupin, no sé si es comparable o no a Sherlock Holmes. Tanto da. Se trata de dos fantasmas indispensables en la historia mitológica de muchas conciencias.

Con la excepción de Billy Wilder, que supo dar a Holmes el nervio de una maravillosa historia de amor, el resto de las versiones del personaje de Conan Doyle -incluida la original y más genuina- son pasablemente misóginas. En cualquier caso, las señoras y señoritas ocupan un lugar muy modesto en su vida nocturna. Por el contrario, en la historia y aventuras de Lupin, las niñas, señoritas, señoras y ancianas ocupan un puesto excepcionalmente importante.

Los diamantes, el mejor novio

Se trata de una diferencia sustancial. Las intrigas de Sir Arthur rozan la perfección técnica. Maurice Leblanc hila menos fino. La suya es la tradición nacional de la novela de capa y espada. Con idas y venidas a caballo, en tren, en coche. Y los amores nocturnos con bellas princesas secuestrables o rescatables, tanto da, propietarias de fabulosas joyas, tan atractivas como sus cuerpos gloriosos, si no mucho más: los diamantes son el mejor novio de una rubia, recuerden a Marilyn. De ahí la perennidad de sus aventuras. Arsène Lupin es un señor. Un «gentleman» ladrón. Un ladrón de guante blanco. El sombrero de copa, la capa, la más estricta etiqueta, le son sencillamente indispensables para despojar de sus naderías materiales a unos horrorosos ricachones instalados en las residencias veraniegas de la alta burguesía parisina, atraída, hoy como ayer, por la costa normanda.

Se han hecho tantas versiones memorables y distintas del personaje que no siempre es fácil separar los libros de Maurice Leblanc de sus adaptaciones cinematográficas. El medio centenar de libros consagrados a Lupin no son nada comparados con las decenas de folletines de tv, sin contar las felices e infelices adaptaciones al cine.

Las sutilezas científicas de Sherlock Holmes nos encantan. Pero me pregunto si, a la larga, acompañar al bueno de Watson, soportando Holmes en sus solitarias disquisiciones, no sería una brizna tedioso. No en vano, Billy Wilder tuvo que inventarse las rayas de coca para combatir al tedio. Y seguir a Hércules Poirot sería algo propio de personajes masoquistas: sus aventuras gusta leerlas, pero no soportarlas físicamente. En cuanto a Philip Marlowe, que decir: es un personaje encantador, pero un desastre con la vida, las mujeres y consigo mismo. Una llamada de Marlowe, a las tantas de la madrugada, te anuncia una catástrofe inminente.

Mucha vida nocturna

Por el contrario, los devaneos de Arsène Lupin son francamente atractivos. Mucha vida nocturna. Bailes, cenas, recepciones. Y una cantidad abrumadora de señoras. Lupin quizá esté más cerca de Tarzán y de Robin que de otros héroes de novela policiaca. Su gracia aérea, sus robos más o menos filantrópicos, sus pasiones y su éxito con las mujeres son los de un hermano mayor al que nos gustaría imitar. Algún día.

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