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La Balacera

«Toda ciudad es mucho más compleja y oscura que sus atracciones turísticas»

«Toda ciudad es mucho más compleja y oscura que sus atracciones turísticas» ALVARO BERMEJO

- En otro tiempo, Bélgica era el país de Tintín, de Balduino y Fabiola, y de los chocolates belgas. ¿Todo cambió con la red de pederastas descubierta por Marc Dutroux?

- Bélgica nunca ha tenido buen cartel. Antes sus vecinos se reían de ella y ahora se horrorizan. Un país de tebeo que de pronto se convierte en cómic para adultos. Pero por supuesto se trata de una visión distorsionada y muy reductora de la realidad.

- Salvando las distancias, su novela muestra otra cara poco gratificante de Bruselas. La Grande Place, ¿da para tanto?

- La Grande Place es un decorado que, con algunos retoques, podría estar en cualquier ciudad europea -como la Plaza Mayor de Madrid o la Concha de San Sebastián-. Toda ciudad es mucho más compleja, y oscura, que sus atracciones turísticas.

- Un día, el magnate Lebeaux recibe copia de una fotografía comprometedora y una llamada telefónica. A partir de aquí, ¿comienza una novela de género negro o más bien una novela política?

- Casi todas las buenas novelas negras son algo más que suspense y asesinatos; también en las novelas de Hammet, Ellroy o Chester Himes, entre otros muchos, se encuentra crítica social o del poder.

- Aparece un congoleño recién llegado a Bélgica. Pese a que en Zaire fue alguien importante, la policía de fronteras le aconseja darse la vuelta: «Regrese: allí tiene alguna oportunidad, aquí no va a tener ninguna». ¿Por qué?

- Se trata de una funcionaria que está cansada de ver el desengaño de los que llegan buscando una vida mejor; ella quiere revelarle que esto no es el paraíso. Pero quizá no tiene en cuenta lo suficiente que algunos inmigrantes llegan del infierno.

- Grandes avenidas de mansiones señoriales y al otro lado las casas míseras del barrio de los africanos. ¿Estamos hablando de la vieja Kinshasa, o de la Bruselas actual?

- Hace años, una sindicalista surafricana me dijo que nos equivocábamos cuando íbamos a África para buscar el Tercer Mundo; que lo teníamos en Europa. Desde entonces miro nuestras ciudades de otra manera.

- Sin embargo, otro de sus protagonistas es blanco pero tuvo que ir andando de Tournai a Bruselas para encontrar trabajo. La basura social, ¿no importa ya qué color tenga?

- El color sí importa. El grado de indefensión es mayor en los inmigrantes africanos que en un blanco, por pobre que sea.

- En su novela hay opiniones que suenan muy cercanas: «...Y los moros que llegan aquí, en cuanto cruzan la frontera, les ponen un piso y les pagan el colegio de sus ocho hijos». ¿Choque de civilizaciones o sociedad de supervivientes?

- Ante la imposibilidad de escupir hacia arriba por miedo a que les vuelva a caer encima, la mayoría de los maltratados escupe hacia abajo. En lugar de rebelarse, vierten su rabia sobre otros que están peor que ellos.

- «Esa es la diferencia entre el crimen y los negocios -escribe Raymond Chandler-: para hacer negocios hay que tener capital». Y usted, ¿sostiene la tesis?

- Hoy, para hacer negocios lo que se necesita son contactos al nivel adecuado. Si se tienen, conseguir el capital es fácil -en el peor de los casos, siempre se encontrará a algún tonto que invierta en la burbuja-.

- «Hay sitios de los que no se regresa, señor Lebeaux». La experiencia de la corrupción, como la de la degradación, ¿es irreparable?

- Suele serlo, porque con ella cambia también nuestra escala de valores. Quien se corrompe no se ve a sí mismo como corrupto, encuentra una justificación para su forma de actuar: desde el autónomo que evade impuestos al empresario que soborna a un político. A menudo condenamos actuaciones hasta que las realizamos nosotros mismos. Entonces no nos parecen tan mal.

- Donde más opresivo parece el friso de la marginalidad y la desesperanza, de pronto, el azar abre una brecha. ¿Necesitaba dar un respiro al lector, o cree realmente en los milagros?

- El único milagro es conservar la humanidad en condiciones tan precarias como las que soportan algunos. Los únicos que pueden aprovechar un favor del azar son quienes no se han dejado embrutecer totalmente.

- En realidad, las vidas ajenas, ¿son más propias de lo que pensamos?

- Desde luego, son mucho más cercanas de lo que nos gusta imaginar. En condiciones diferentes, todos seríamos muy distintos de lo que somos.

- En 1993 José Ovejero era un joven escritor que ganaba el premio Ciudad de Irún de Poesía. ¿Le sirvió de algo la experiencia para llegar hasta este Premio Primavera 2005?

- Me sirvió para comenzar a creer en mí, pero también para saber que los premios se olvidan, y que hay que seguir trabajando para dar una permanencia a la propia obra.

- Cuando mira hacia el País Vasco, ¿le viene algún recuerdo africano, nos ve en el Atomium, o más bien todo le suena a thriller?

- Me suena a conflicto tribal falso -como todos los conflictos tribales-, alimentado por intereses políticos y económicos no siempre confesables. Por suerte el País Vasco es mucho más que lo que sale en las noticias.

- En su última novela, Ignacio Vidal-Foch parodia a los «turistas del ideal» cuyas características son: un idealismo melifluo, el hedonismo a ultranza, la autoindulgencia y la gastronomía. ¿Se reconoce en alguna debilidad?

- En todas ellas, dependiendo del momento.

- George Orwell se consideraba miembro de la «izquierda disidente», muy distinta de la «izquierda oficial». Usted, ¿se atrevería a posicionarse en la España de hoy?

- Estoy en esa izquierda que no se ve representada por los partidos y sólo transforma su discurso en acción en ciertos momentos, es decir, pertenezco a la izquierda desorganizada.

- Y, si tuviera que elegir un adjetivo para la España de Zapatero, ¿cómo la definiría?

- Crispada. Más de lo que justifica la situación del país. Pero no creo que sea culpa de Zapatero. Al contrario; aunque no le voté, me da la impresión de ser una de las pocas personas sensatas de la política española.

- Entonces, díganoslo de una vez, ¿cuál es la razón de su pertinaz residencia en Bélgica?

- El buen tiempo.

- Al poeta José Ovejero: ¿Qué es lo más importante que nos ha enseñado el siglo XX?

- Debería habernos enseñado que el racismo sólo engendra horror y, como instrumento político, siempre oculta razones despreciables. Pero no estoy seguro de que lo hayamos aprendido de verdad.

- Y al narrador: ¿Qué nos queda por aprender en el XXI?

- Espero que mucho, porque si no es como para desesperarse.

- ¿Cuál es la manera más sabia de mejorar el mundo?

- Me remito a Kant: «Actúa de forma que la máxima de tu conducta pueda ser siempre un principio de Ley natural y universal».

- ¿Y usted, pagaría por eso?

- El importe del Premio Primavera, por lo menos.

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