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La Balacera

Si todas las tumbas encierran una novela, la de Chester Himes en el cementerio de Benissa, Alicante, encierra una muy grande. Mañana hará 20 años que el implacable autor afroamericano murió en España tras triunfar en París.

CHESTER HIMES
Más incómodo que la silla eléctrica


RAMÓN VENDRELL

Chester Himes es a los escritores incómodos lo que la silla eléctrica a los muebles incómodos. El protagonista de Una cruzada en solitario (1947), su segunda novela, es un licenciado por la UCLA que se convierte en el primer organizador sindical negro de Los Ángeles. Un triunfador, dice la prensa negra. Y un cuerno. Himes tiene otros planes para el personaje, en absoluto edificante. A lo largo de casi 500 páginas lo usa para explorar el autoodio de los negros, el racismo de los blancos y los negros, el antisemitismo de ambos, el rencor de clase y la corrupción de la izquierda.
El libro sentó como un tiro a las revistas Ebony (negra), The New Masses (comunista) y Commentary (judía), a los diarios liberales y conservadores y a Jean Himes, la esposa del autor, que se vio reflejada en la mujer del protagonista. "A la inmensa mayoría de los norteamericanos les desagradó que me acercara tanto a la verdad", escribió Himes en La cualidad del sufrimiento (1972), el primer tomo de sus memorias. El escritor siguió acercándose a la verdad, al menos a su verdad, hasta concluir que la sociedad es un estercolero porque el hombre es una mierda, idea compartida por Céline. La última frase de Un caso de violación (1963) es: "Todos somos culpables".
Himes nació en Jefferson, Misuri, el 29 de julio de 1909. Su padre era maestro. Su madre era una belleza casi blanca resentida con su marido por ser tan negro. En casa, pues, aprendió a despreciarse a sí mismo por el color de su piel, el gran triunfo del racismo blanco. Estudió en la Universidad de Ohio, de la que fue expulsado. Descendió entonces a los bajos fondos, de los que salió con una condena a 25 años por atraco a mano armada. Cumplió siete, de 1929 a 1936, en la cárcel estatal de Ohio, donde empezó a escribir relatos que fueron publicados en varios medios.
Con If he hollers, let him go (1945), su primer libro, ya quedó claro que nadie quería saber cómo funcionan las relaciones interraciales en EEUU. La narración, en la que una blanca acusa de violación a un negro al que desea, fue descartada del Premio George Washington Carver porque producía náuseas a una miembro del jurado. La novela, empero, fue editada. Y se vendía bien. Hasta que la editorial decidió no imprimir más ejemplares. Al manuscrito de Por el pasado llorarás (1952) le fueron extirpadas las partes que hacían de él una ambiciosa obra de denuncia, hasta dejarlo en una historia carcelaria con homosexualidad, violencia, etcétera. El autor entendió los mensajes y se exilió en París a mediados de los años 50.
Marcel Duhamel, director de la Série Noire de Gallimard, le convenció con un anticipo de 1.000 dólares de que aparcara su faceta de escritor social y entregara una obra policiaca. Por amor a Imabelle (1957) fue la primera de sus nueve novelas ambientadas en un Harlem cuyos habitantes tienen como motores la codicia, la lujuria y el vicio. Entre hermanos negros anda el juego, pero los negros son hombres antes que negros, de modo que Himes muestra escasa compasión por ellos. En esa jaula de perros rabiosos imponen su ley Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, dos piezas que reducen a los duros de la literatura hard boiled clásica a la categoría de detectives de hotel. A Himes le fastidiaba tener con sus novelas doblemente negras el éxito que le eludía con las obras que consideraba serias. Pero adoraba el caviar y los deportivos.
A finales de los 60 se refugió en el levante español con su segunda esposa, Lesley Himes. Murió en su casa de la urbanización Pla del Mar, en Teulada-Moraira, Alicante, el 12 de noviembre de 1984. A causa de una tromboflebitis en una de sus paralizadas --como el resto del cuerpo-- piernas. Fue enterrado en el nicho número 56 del cementerio de Benissa la tarde del lluvioso 13 de noviembre. Al sepelio asistieron una docena de personas. El alcalde de Teulada fue el único político. El periodista y escritor de Benissa Bernat Capó y el director del colegio de EGB de Benissa fueron lo más parecido a una representación de la cultura. Escuálido y llano cortejo fúnebre. Himes fue grande por saber hacer enemigos, no por saber hacer amigos.

El Periódico. Noticia publicada en la página 015 de la edición de Jueves, 11 de noviembre de 2004 de Libros

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